¿Cosmovisión antigua en Tiempos Modernos?

El Enfoque Tradicional

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“Porque, en primer lugar, es necesario considerar que incluso para los acontecimientos que necesariamente resultarán, lo inesperado es apto para causar confusión delirante y alegría loca, mientras que el conocimiento previo habitúa y entrena al Alma para atender a los acontecimientos distantes como si estuvieran presentes y la prepara para aceptar cada uno de los acontecimientos que llegan, con paz y tranquilidad.” 
(Claudio Ptolomeo, Tetrabiblos, I, 3: 5)

 

Tradicionalmente la astrología es un Arte Sacro y uno de los varios medios de adivinación antiguos. 

Esta noción -del Latín ad-divinus, “ir hacia / la Luz”- puede comprenderse como una vía de posible acceso al conocimiento de la voluntad divina, representada por los siete planetas, sus posiciones y sus relaciones geométricas. En esta cosmovisión, las ‘estrellas errantes’ representan simbólicamente los siete Principios que gobiernan todo designio en la Tierra, ejerciendo activamente la administración del orden universal (kosmos).

Muchos estudiantes y profesionales contemporáneos están readoptado el sistema y cosmovisión tradicionales. Desencantados de un praxis moderna simplificada y estéril, surge entre nosotros un creciente interés en el estudio de la filosofía clásica, tanto con el propósito de comprender la astrología en su dimensión metafísica como de descubrir el paradigma antiguo a través del cual nuestros antepasados develaban los pequeños y grandes misterios del Universo.

 

"El Alma del mundo (Anima Mundi) y la escala de las jerarquías del cosmos." Ilustración de Robert Fludd (1617)

Es necesario reconocerlo sin incurrir en maniqueismos: existen cuestiones fundamentales en los que la astrología tradicional difiere de la contemporánea.

En principio, el sistema tradicional implica una dimensión filosófica, simbológica y técnica mucho más rica y compleja que la moderna. Además, su cosmovisión no es ni cientificista ni antropocentrista y está basada -entre otras- en ideas de predeterminación, destino y fortuna. Por ello, parte de la naturaleza de la astrología tradicional es de carácter inherentemente predictivo, mientras que la moderna es principalmente descriptiva.

Por otro lado, la astrología antigua enfatiza el simbolismo de los planetas de acuerdo a sus dignidades esenciales, accidentales, fortaleza y emplazamiento, y no tanto en las peculiaridades de los signos. Hoy suele atribuírsele a los signos zodiacales características –per se- con un nivel de relevancia que no existía en la antigüedad.

La premisa general del enfoque tradicional es la idea de que la posición de los astros en el momento en el que algo inicia, describe no sólo su cualidad y carácter, sino también su futuro, su destino, teniendo en cuenta que nada ha sido creado por Dios sin un propósito. Con lo cual, el sabio que conozca el momento y lugar exacto en que algo comienza, con la venia y bendición de los dioses (Sus atributos) podrá predecir su devenir. Esto incluye las figuras o cartas natales, por supuesto, un diagrama simbólico del inicio de nuestras vidas terrenales.

La figura natal es en sí misma un mapa filosófico que se interpreta tanto racional como intuitivamente, es decir que implica un arte tanto científico como poético.

Los antiguos comprendían la intuición como una forma de pensamiento meta-racional de un valor cognitivo tan relevante como el racional.

En la descripción del enfoque tradicional astrológico se hace importante que conozcamos algunos detalles básicos de los aspectos religiosos y filosóficos de su cosmovisión en contraste con características generales de algunas praxis modernas:

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"La predicción, palabra que suele incomodar mucho a los astrólogos modernos, es concebida no como la declaración de un destino fatalmente inamovible, sino como en términos de su valor preventivo, es decir, de acuerdo a una concepción condicional del destino, como tendencias, como inclinaciones, no como una causalidad cerrada, sino una causalidad en donde es posible que el ser humano se vuelva de algún modo co-partícipe." (Capulus)

Durante el período historiográfico en el que se basa la astrología hoy llamada tradicional (esto será especialmente enfático en el período helenístico, desde el s.II a.C. hasta el s.VII d.C., aproximadamente) existieron diversas maneras de concebir el devenir.

Algunos sabios vieron en los planetas las mismísimas causas del destino. Otros vieron en ellos la indicación de los tiempos, como si fueran manecillas de un reloj cósmico. Otros sostuvieron que el destino estaba absolutamente determinado. Otros, que podría ser negociable.

De cualquier modo, la astrología servía para prepararse para el destino y anticiparse a ciertos eventos como parte de un entrenamiento filosófico y praxis espiritual. Esta mirada hacía incapié en cómo uno se comporta y responde frente a aquello predeterminado.  Esta noción de destino y predeterminación, presente tanto en el hermetismo como en el gnosticismo, fue clave para la idea de previsibilidad y una forma de anticipar «cómo será el mundo» para afrontar también sus experiencias más difíciles y dolorosas.

Filosóficamente, proporcionaba una herramienta para relacionarnos con un mundo que percibimos como caótico, lo que paradójicamente nos ayudaba a ir por la vida de una forma más ordenada y amistosa. Lamentablemente, esta visión casi se ha perdido en nuestros tiempos y somos ahora testigos de sus consecuencias. En cualquier caso, la poética visión estoica de aceptar y amar el destino, forjando el alma virtuosa y valientemente con lo que implique también a nivel emocional, sin dramatizar ni sentimentalizar, parecería haberse desvanecido en la modernidad, que propone como paradigma precisamente todo lo contrario.

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Una Radix (figura natal) está compuesta por múltiples niveles, aunque representa una totalidad jerarquizada (Anthropos). En la natividad se representa la relación tradicional Ser humano – Kosmos – Divinidad, porque estos tres factores se reflejan uno a otro simbólicamente.

En siguiente lugar, referiremos a la sincronía en contraposición a la noción junguiana de sincronicidad; esta es una distancia conceptual importante entre el paradigma moderno y el antiguo, que impactará directamente en sus respectivas expresiones prácticas.

Jung describe la sincronicidad como «acontecimientos significativos que no responden a un orden causal». Este enfoque definitorio, casi hegemónico en la astrología psicológica, basa sus premisas en la subjetividad personal, la protagonista de nuestros tiempos. Es decir, yo pienso en mi amigo un minuto antes de que suene el teléfono, con mi amigo, efectivamente, del otro lado de la línea. Sólo mi propia subjetividad puede significar esa conexión.

Por otra parte, podríamos definir la sincronía como una coincidencia, sí, aunque entre dos acontecimientos objetivos. En un ejemplo simplificado, una inundación coincide con una conjunción planetaria de Júpiter y Saturno. Aquí hay una coincidencia, significativa y simbólicamente conectada a través de la astrología de dos cuestiones objetivas, dos hechos concretos y mensurables.

Aunque hay puntos de vista muy diferentes -desde Crisipo de Soli, auténtico padre del estoicismo, un determinista absoluto del cual se dice que murió de risa de un propio chiste, los gnósticos, con su visión del mundo y el cuerpo físico como una oscura prisión, Claudio Ptolomeo y sus admirables esfuerzos por integrar la astrología a las ciencias naturales, o el gran Plotino, pensando en los planetas como ‘signos del futuro’, inherentemente benéficos, que dirá que el cielo no es la Causa sino el indicador, el demarcador, el chronokrator (un Señor de los Tiempos), podemos concluir que esta es una de las grandes diferencias entre la astrología tradicional y la astrología moderna: su objetividad, complejidad y bases filosóficas, que hacen que tanto el estudiante como el consultante participen de una contundente evidencia: la astrología natal, además de describir, puede predecir con efectividad la manifestación de ciertos eventos particulares y pronosticar la fortuna para múltiples tópicos en los diferentes períodos de la vida.

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Cada uno de nosotros es una imagen del Andrógino Primal, siendo el zodiaco el cuerpo de este Hombre arquetípico (Anthropos) y los planetas sus órganos, en la melothesia tradicional.

Por último es importante distinguir la dimensión mágica y ritual de la astrología tradicional, a través una síntesis ágil: existen inteligencias celestes, entidades metafísicas que intervienen a través de sus cuerpos (los planetas) en los acontecimientos terrestres; por ejemplo, notamos las subdivisiones del zodíaco en los 36 decanatos, que responde además de su aplicación calendárica, cada una a su propio “presidente” espiritual para determinados ritos en el antiguo Egipto. También como ejemplo, la consideración de la influencia de los planetas y sus horas astrológicas para ejercicios devocionales, oraciones y ritos propiciatorios, o la evocación de espíritus y fuerzas elementales; finalmente la selección de mansiones lunares (asterismos) o conjunciones con algunas estrellas fijas en la confección de talismanes con fines prácticos particulares.

Entonces, los planetas visibles vienen a ser las manifestaciones físicas de inteligencias superiores que influyen en el mundo sublunar, el mundo en el que vivimos. Esto implica una tradición mística y una praxis espiritual, que operaba en la antiguedad además socialmente en nuestra organización productiva y la elección de festividades comunitarias. Esto convierte, tanto conceptual como prácticamente, a la astrología tradicional en una metafísica aplicada.

La astrología contemporánea, muy a menudo hiper-psicologizada, se ha desconectado por completo de esta cosmovisión filosófico-religiosa de nuestra ciencia sagrada, que incluía esta comunión directa con el cielo, sus Inteligencias, esferas de dioses, coros de ángeles y la aplicación de prácticas piadosas al servicio del desarrollo de la vida en este mundo sin perder el factor trascendente de nuestra existencia, lo que auspiciaba una profunda y saludable relación espiritual con el destino y nuestra condición de mortales.

La astrología que practico se basa en el constante recuerdo de nuestro origen divino, la inmortalidad del alma y nuestro propósito de trascender la vida terrenal; reconectarnos con nuestras raíces celestiales para re-sacralizar nuestra estadía en la tierra durante el tiempo que nos toque vivir aquí.

Comulgo con la idea de que somos libres para elegir el Bien (o no) y que podemos aprender a negociar -en cierta medida- con el destino y con los dioses, aunque siempre será en un contexto determinado que hay que aprender a aceptar en primera instancia.

En un mundo desencatado y cada vez más alienante, la astrología nos invita a recuperar la mirada directa del cielo y sus símbolos; puede además ayudarnos a recordar nuestra Patria celeste y el orden universal en el que nos movemos; que no estamos aquí para tener o meramente consumir; devolvernos el sentido más profundo y auténtico de estar vivos, el amor fati, pues el conocimiento y la aceptación del propio destino, el abrazarlo en su totalidad, es lo que conduce según los sabios de la antigüedad a la verdadera felicidad.

En sus aspectos prácticos y mundanos, la astrología nos asiste en situaciones de dificultad o de toma de decisiones importantes, sea en el trabajo, las relaciones familiares, nuestra organización financiera, etc.; nos permite estipular períodos y plazos particulares más o menos afortunados para adaptarnos a ellos sabiamente, ayudarnos a idear estrategias y válvulas alternativas de solución a ciertos problemas que no podríamos siquiera notar a través de otros medios.

Por ello, y por sobre todas las cosas, la astrología nos permite descartar lo imposible y prever lo inevitable, así -como suguiere el gran Claudio Ptolomeo en la cita inicial – pacificar al Alma y ejercitar un justo agradecimiento por lo que nos es dado día a día y tan frecuentemente olvidamos.

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